sábado, 30 de noviembre de 2013

Percepción y sensación

No podía ver.
Nada.

Durante veinte minutos fui ciega de vista.
Como el Lazarillo llevaba a su ciego, así iba yo, guiada por una amiga.
























Al principio la desconfianza me invadió. Sentía el suelo bajo mis pies, en ocasiones liso, otras rugoso. Las alcantarillas, las irregularidades, todo. Temía que, de repente, el suelo se acabase y mi cuerpo se precipitase al vacío.
Oía el sonido de los coches demasiado cerca, oía a la gente a mi alrededor, lo oía todo.

Poco a poco fui acostumbrándome pero, si la superficie del suelo cambiaba, no podía evitar volver a estar alerta. Era una continua sensación de atención a mis sentidos.
No pensaba nada más.

Cuando ejercí yo de lazarilla, cuando guié a mi amiga, todo era distinto.
Podía sentir su desconfianza al principio, caminando lentamente, aunque luego aceleró el ritmo.
Y, lo más llamativo, era ver a las personas a nuestro alrededor confusas por lo que ocurría.
Se sentía algo de vergüenza incluso, cosa que no sentías al ser ciega, ya que estás tan centrado en "sobrevivir" digamos, que no te preocupa lo que esté ocurriendo a tu alrededor.

Son experiencias muy distintas y muy curiosas de experimentar.

Esto me recuerda al libro "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago, que recrea una sociedad en la que todo el mundo pierde la vista, y lo caótico que esto resulta, ya que no estamos adecuados a ello.

A pesar de lo confuso y frustrante que resulta, es bueno experimentarlo para hacernos ver lo valiosos que son cada uno de nuestros sentidos, y los cambios que se producen en nuestro cerebro al perder uno de ellos.






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